El timbre de esta guitarra es muy característico de las guitarras de Enrique García, pudiendo reconocer su voz distintiva. La proyección de los agudos es destacable, sonando sin esfuerzo para el guitarrista y el canto en los bajos es profundo y timbrado. El empaste de los dos registros es impecable, dando una sonoridad cálida y con mucha presencia.
El eco de la guitarra, unido al misterio del tornavoz, crean un efecto de pozo natural, que crean armonizaciones mágicas y que son muy agradecidas tanto para el guitarrista como para el oyente.
El tornavoz en el interior de la guitarra contribuye a un sonido característico y un eco singular. Esto puede proporcionar un timbre único que la diferencia de otras guitarras clásicas.
El abeto de la tapa armónica es de primera con unas vetas muy juntas y para los aros y fondo emplea un palo rosa muy especial. El palo santo del puente tiene una coloración más oscura en uno de los costados, aportando una belleza estética única. El clavijero es mecánico.
La cabeza es del estilo de las de Antonio de Torres, esto muestra un respeto por la tradición de construcción de guitarras clásicas. La roseta de la guitarra es preciosa y muy decorada, dándole fuerza y personalidad al aspecto visual del instrumento.
Se trata de una guitarra de un incalculable valor histórico y una calidad sonora exquisita y personal que la convierten sin duda alguna en una de las mejores guitarras del mundo.
“El Noticioso Universal”, 1-XI-1922, de Barcelona:
“Ha muerto el admirable guitarrero Enrique García Castillo. La cruel enfermedad que desde hace algunos años le llenaba de sufrimientos e iba minando lentamente su organismo ha puesto término a la vida del bondadoso amigo, tan bueno y exquisito en su trato con todo el mundo como notable en su profesión. Para los que no pertenezcan a la familia guitarrística, no siempre bien avenida, dicho sea de paso, pero familia al fin, les será seguramente desconocido este nombre, que merece figurar entre el de los más esclarecidos instrumentistas.
Enrique García nació en Madrid, paso el aprendizaje de su oficio en la célebre guitarrería de Ramírez, trasladándose después a nuestra ciudad, donde se estableció y ha residido desde hace treinta años, hasta su muerte. Llegó a adquirir tal perfección en su arte que puede afirmarse sin exageración que las guitarras que salieran de sus manos de unos cuantos años a esta parte, superan en mucho en calidad y en cantidad de sonido a las mejores que se han fabricado, incluso a las del famoso Torres. Y por lo que respecta a las demás condiciones que requiere un instrumento músico de primera calidad, cabe decir que las guitarras García lograron la perfección. Modesto, como pocos, recluido siempre en su tienda del Paseo de San Juan, luchando denodadamente con la dolencia que le ha llevado al sepulcro, no tuvo otra aspiración que la del perfeccionamiento de su trabajo. No cuidó de hacerse el reclame, tan necesaria en nuestros aparatosos tiempos, y esta es la causa principal de que su gran mérito haya quedado bastante oscurecido. El brillante nombre de la casa García, hay fundadas esperanzas de que no se extinguirá, pues su único e inteligente discípulo Francisco Simplicio se propone continuar la labor del maestro, habiendo ya dado alguna buena muestra de ello. Descanse en paz el guitarrero insigne y buen amigo…”